29 - mayo - 2024

El abuso en la sombra: Chile y el pensamiento bajo la lengua

“Tu Catedral y tus capillas”, “me desvincularon”, “zapateo en varias fondas”, “muchacho alegre”, “reajuste de personal”, “el problema no eres tú, soy yo”; “ella es especial”…son sólo algunas de las ingeniosas expresiones, junto a otras de mayor ingenio aun, que evitan decir de modo directo una idea o concepto que suele resultar duro, agresivo, tabú o simplemente incómodo o inapropiado.



Por: Marcos Uribe Andrade
17 de enero de 2017


La verdad es que el eufemismo no es propiedad de un pueblo en particular, pero da la impresión de que en Chile es un hábito lingüístico que se conecta con una condición poética transversal: no pocas veces hemos escuchado decir que Chile es un país de poetas. Tal vez, pero por lo menos somos duchos en la polisemia y de la ambigüedad hacemos un reino. Nuestro decir cotidiano tiene poco que ver con la literalidad y por lo general cada frase es una compleja arquitectura figurativa del lenguaje, sujeta a contexto. Esto, a veces es muy bueno….o casi siempre lo es. Nos aleja, por ejemplo, del uso del lenguaje como una papilla que nos bloquea el uso interactivo del cerebro, provocando su anquilosamiento, en un sedentarismo neuronal: debemos estar ojo al charqui, cachando el mote, rochando lo que pasa, para no quedar más desenchufao que plancha’e campo.

No quiero inutilizarles la imaginación dejándoles fuera de juego la libre opción de ilustrar el tema con sus propias baterías de eufemismos y figuras varias, pero este asuntillo no es tan inocuo e inocente como parece, aunque doy fe de que es un potente habilitador de una convivencia con mayor grado de concordia. PERO…el infaltable “pero”. Siempre tenemos un pero bajo la lengua: así como resulta un excelente lubricante social, también esconde ciertas construcciones vergonzosamente nocivas y marcadamente retrógradas.

Dos botones de muestra: Trata de blancas y abusos deshonestos.
Estos dos conceptos, que siguen siendo del uso cotidiano en distintos contextos socio-culturales, hasta hace poco se mantuvieron vigentes –también- como expresiones técnicas en nuestros argumentos jurídicos.

La expresión “trata de blancas” no nace como un eufemismo, exactamente. Nace como un concepto absolutamente directo y unívoco en el contexto de sociedades marcadas por un brutal racismo, del cual no somos ajenos. Se arraiga en la discriminación del valor del ser humano, relativo a su pertenencia racial. Efectivamente no fue delito la trata de mujeres que no eran blancas. Pero esta realidad histórica, que se entiende debidamente superada hace ya mucho tiempo, mantuvo su marca vigente como concepto técnico jurídico hasta abril del año 2011, fecha en que se modificara la ley 20507 del Ministerio del Interior y Seguridad Pública, con la modificación del Artículo 15, sustituyéndose la expresión “trata de blancas” por «tráfico ilegal de migrantes y trata de personas». No obstante lo anterior, no se termina de observar como un triste eufemismo cotidiano, que encierra un profundo significado, que en lo personal, me genera un insoportable escozor.

Por otra parte, hasta hoy, aun cuando no se observa en el código penal la expresión “abusos deshonestos”, podemos encontrar abundante literatura jurídica y un insistente uso en los medios de comunicación de masas de este eufemismo, que sí lo es de cuerpo entero, nacimiento y crianza. Y, si se insiste en su uso, es por la misma razón que aún se emplea la expresión “trata de blancas”, en ciertos ámbitos sociales.
Esto no es casual. No es accidente, ni descuido. Tiene que ver con una falta de reflexión sobre el uso del lenguaje que vamos adoptando o creando y porque de algún modo lo que implica, se acomoda a una “legítima” forma de comprender el mundo, la realidad.

“Abusos Deshonestos”: Esta expresión nos conecta con la raíz más profunda de la fundación de esta sociedad chilena, que con un máximo de fuerza y poca razón, se ha pensado como si fuera una simple y sola cosa. Hay que aceptar que es un artificio de la formación sedimentaria de fuerzas sociales específicas, particulares y en ningún caso representativas de la diversidad, ni de la mayoría humana del entorno geográfico que le define.

“Abusos deshonestos” no puede dejar de navegar por la complejidad de los significados, reconociendo que denominar una acción como un acto de “abuso deshonesto” nos complica con una contradicción que no se advierte al vuelo, porque el subconsciente nos habilita el uso de la expresión, sin entrar en conflictos de sentido. El tema es más simple que complejo: culturalmente comprendemos que es posible, es perfectamente plausible, tiene total sentido y legitimidad, el comprender que existe una cierta categoría de abuso que consideramos honesto.

Esto pone en primer plano el amasijo conceptual valórico que llevamos en el subsuelo de la conciencia y nos conecta con una cierta transversalidad cultural que ha ido normalizando una condición histórica: el abuso como práctica deliberada y legalmente respaldada.

Chile es el país donde se discute tenazmente la legitimidad de leyes y regulaciones orientadas a mejorar las condiciones mínimas de vida, a una evidente mayoría de la población. Esta gestión cuenta con una permanente resistencia de un amplio sector legislativo que se siente cómodo con las causas generadoras de desigualdad y exclusión. Se abusa legalmente de la privación y la prohibición, en contra de una abrumadora mayoría, mientras se genera una concentración de recursos materiales y financieros, en una elite, que avanza hacia el control profundo de mecanismos de subyugación: hace ya mucho que hemos llegado a la construcción cultural del “abuso honesto”.

Se entiende muy bien lo que se quiere decir con la expresión “abusos deshonestos”. El problema es por qué y para qué se usa el adjetivo “deshonesto”, asociado a un tipo de abuso. El lenguaje siempre es una construcción profundamente significativa y obliga que al reconocer el desvalor “deshonestidad” como adjetivo de “abuso”, se implique el reconocimiento de la “honestidad” en el abuso, pues también cabría el caso –entonces- de que estemos ante un abuso honesto…bien honesto….muy honesto, que explica la idiosincrasia de buena parte de la casta empoderada en la economía, el Estado y sus más diversos tentáculos, incluyendo también a la mayoría de los medios de comunicación. CHILE: país en donde el “abuso honesto” se entiende parte de su institucionalidad y puede competir mano a mano – invadido del mismo espíritu- con el lema insigne de nuestro Escudo.

 

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