Hitler: el fracasado fue impulsado por un brutal resentimiento, una fuerza perversa, ruin, nauseabunda. Alemania: Jekyll y Hide 1939, el nazismo visto desde dentro. Sebastián Haffner
Por Sebastián Haffner. Escrito en 1939, publicado en 1940
La vida casi siempre rechaza a los caracteres malvados, corruptos, feos e imposibles, a los tullidos morales y a los descastados. Éstos no conocen los verdaderos valores de la vida. No saben trabajar, son incorregibles, no son capaces de despertar amor, ni tampoco —huelga decirlo— de amar a nadie.
Hitler empieza cayendo en picado y prosigue esa evolución.
El hijo de un pequeño aduanero fracasa en sus ambiciones artísticas:
¡el primer golpe de su vida!
En lugar de pintor artístico, se hace pintor de brocha gorda, y cae inmediatamente de la burguesía al proletariado. Y ni siquiera ahí es capaz de asegurarse el puesto. Es un mal trabajador y un peor compañero. Más adelante, sigue cayendo hasta convertirse en un mendigo. Los residentes del asilo de hombres de Viena le ponen el apodo de «Tío Kruger».
Su segunda derrota.
Luego estalla la guerra: la salvación y el último refugio de tantas existencias fracasadas, pero ni siquiera la guerra salva a Hitler. Tras cuatro años de servicio en el frente, no pasa de ser cabo segundo.
Su tercer fracaso.
Sus superiores consideran que no le pueden ascender; su carácter no permite siquiera que le confíen el mando de la unidad de tropas más pequeña.
Al terminar la guerra, dado que en la vida civil no hay sitio para él, se queda en el ejército, en la posición más baja, denigrante, peor pagada y despreciada por todos: la de soplón, cuyo cometido es fisgonear.
Examinemos minuciosamente a Hitler en esta etapa. Es el momento crítico decisivo en el que se desata la gran maldad que hay en él, es el comienzo de una carrera personal sin precedentes, por la que Alemania, Europa y el mundo entero han de pagar un precio también sin precedentes. Al mismo tiempo, es lo más bajo que puede caer una persona: el soplón y delator profesional ocupa un peldaño aún más bajo que el profesional del crimen.
La vida y la sociedad siempre habían arrinconado a Hitler.
Primero la burguesía le expulsó de su comunidad y, luego, el proletariado; finalmente, la plebe le escupió de su hampa. Esta triple condena de la sociedad es una prueba demoledora de lo que realmente vale este hombre. Porque ocurre con mucha menos frecuencia de lo que admiten los novelistas que los caracteres nobles, sensibles y bellos sean arruinados por la vida.
La vida casi siempre rechaza a los caracteres malvados, corruptos, feos e imposibles, a los tullidos morales y a los descastados. Éstos no conocen los verdaderos valores de la vida. No saben trabajar, son incorregibles, no son capaces de despertar amor, ni tampoco —huelga decirlo— de amar a nadie. Además de la bancarrota social de Hitler, tenemos que considerar también su completa bancarrota en materia de relaciones amorosas, si queremos juzgar correctamente a ese hombre que, en una buhardilla de Munich, enseña a los ratones a saltar en busca de migas de pan y que, con esta diversión, se entrega a salvajes y sangrientas fantasías en torno al poder, la venganza y la aniquilación. Es una imagen terrorífica, y estremece la idea de que pueda aparecer un segundo Hitler de entre la escoria de las grandes ciudades, de las filas de los traperos, los ladrones y los soplones de la policía, de los mendigos y los rufianes; un hombre que, impulsado por la más profunda decepción y por la voluntad de poder, llegue hasta lo más extremo; un motor dotado de una increíble fuerza de tracción que, finalmente, con un solo movimiento de mano, sacrifique el mundo entero a su yo personal y asocial, como hizo Eróstrato en Éfeso.
En eso consiste la grandeza indiscutible de Hitler.
El proscrito, impulsado por una fuerza perversa, está absolutamente decidido a sacar a relucir todos los atributos malos y asociales por los que ha sido proscrito por la vida y a hacerse el amo del mundo.
Está dispuesto a subir a lo más alto, en lugar de descender o de someterse, en lugar de corregirse y «empezar una nueva vida», en lugar de volverse un revolucionario y ascender desde el último peldaño en el que se halla: está decidido a ser el más grande,
¡pero de qué forma tan ruin y nauseabunda!
