25 - septiembre - 2025

La frase «Sobre gustos no hay nada escrito» excita las supuestamente inútiles y obsesivas disputas estéticas. Por Theodor W. Adorno.

Por Theodor W. Adorno.

MINIMA MORALIA REFLEXIONES DESDE LA VIDA DAÑADA, 1951

De gustibus est disputandum. –Incluso el que se halla convencido de la incomparabilidad de las obras de arte siempre se verá complicado en debates en los que las obras de arte, y precisamente aquellas del más alto, y por ende incomparable, rango, son comparadas unas con otras y valoradas unas frente a otras. La objeción de que en tales consideraciones, hechas de manera particularmente obsesiva, se trata de instintos mercaderiles, de medir con vara, la mayoría de las veces  no tiene otro sentido que el deseo de los sólidos burgueses, para quienes el arte nunca es lo suficiente irracional, de mantener lejos de las obras todo sentido y pretensión de la verdad. Pero la fuerza que empuja a tales discurrimientos está dentro de las propias obras de arte. En la medida en que es esto verdad no admiten el ser comparadas. Pero sí quieren anularse unas a otras. No en vano reservaron los antiguos el panteón de lo conciliable a los dioses o a las ideas, mientras que a las obras de arte, entre sí enemigas mortales, las impulsaron al agón. La idea de un «panteón del clasicismo», que aún abrigaba Kierkegaard, es una ficción de la cultura neutralizada. Pues al representar la idea de lo bello repartida en múltiples obras, cada una en particular necesariamente referirá la idea total, reclamará la belleza para sí misma en su particularidad y jamás podrá reconocer su condición parcial sin anularse a sí misma. En cuanto una, verdadera e inaparente, en cuanto libre de tal individuación, la belleza no se representa en la síntesis de todas las obras, en la unidad de las artes y del arte, sino de forma viva y real: en el ocaso del propio arte. Toda obra de arte aspira a tal ocaso cuando quiere llevar la muerte a todas las demás. Asegurar que todo arte tiene en sí su propio final es otra expresión para el mismo hecho. Este impulso de autoaniquilación de las obras de arte –su más íntima tendencia–, que las empuja hacia la forma inaparente de lo bello, es el que incesantemente excita las supuestamente inútiles disputas estéticas. Estas, mientras desean obstinada y tenazmente encontrar la razón estética, enzarzándose así en una inacabable dialéctica, hallan contra su voluntad su mejor razón, porque de ese modo están utilizando la fuerza de las obras de arte que las absorben y elevan a concepto para fijar los límites de cada una, colaborando así a la destrucción del arte, que es su salvación. La tolerancia estética, que valora directamente las obras artísticas en su limitación sin romperla, lleva a éstas al falso ocaso, el de figurar unas al lado de otras, en el que a cada una le es negada su particular pretensión de verdad.

Últimas Informaciones

Artículos Relacionados