02 - septiembre - 2025

La Escuadra Sueca y el asesino de Olof Palme. Por Omar Pérez Santiago. Ilustrado por Luis Martínez Solorza. Revista Off The Record

¡Nooo!

El grito desgarrador de Lisbeth Palme destrozó el aire gélido de la calle Sveavägen en Estocolmo. Su marido, Olof Palme, el primer ministro sueco, se desplomó. Una bala por la espalda le destrozó la columna vertebral, le reventó los pulmones, le arrancó el aliento. El cuerpo del líder cayó inerte, una herida abierta le había dejado un orificio. El primer ministro, muerto. La vida de una hermosa nación se detuvo en un solo instante, un viernes de febrero de 1986. Una terrible ciclogénesis, un abrupto cambio atmosférico mental.

Esa muerte de esa noche triste se grabó en mi memoria. En Malmö, donde vivía, el teléfono no dejó de sonar, un repique incesante que parecía un lamento. Ring, ring, ring. Eran mis queridos amigos, los chilenos vecinos del Grupo Holma, refugiados que habíamos construido una vida en ese barrio de exiliados, los queridos holmeños como Enrique Pérez, Héctor Rozas, Rubén Aguilera, Ana Catalán y Julia Carbonell.

El holmeño y profesor César Astudillo lloró, con una voz rota por el dolor:

«Es como si hubieran matado al presidente Salvador Allende».

En ese momento, la muerte tuvo eco en el corazón de un exiliado. César redactó una emotiva nota de condolencias, compramos flores y las llevamos al Rådhuset, la Plaza Mayor. El aire estaba saturado de un dolor colectivo, cientos de personas con flores en las manos lloran, lloran como un pueblo dolido.

Buscando consuelo al desamparo, los holmeños caminamos al acogedor Café Siesta, nuestro refugio en el Gamla Väster, el barrio viejo. Kerstin y Anna, las dueñas, tenían la misma congoja en la mirada. Las suecas platicaban un español con acento andaluz. Kerstin y Anna se complementaban: una era bella y la otra simpática. Ellas también lloraron, apenadas amigas suecas, aunque la bella lloró más, según recuerdo ahora. Compartimos el café amargo, y el peso de una pérdida y el desconcierto que se sentía muy personal, muy nuestra. A los hombres chilenos nos gusta sufrir en público, por un pasado melancólico. Al contrario, las mujeres chilenas son risotonas. Así nos completamos.

Luego, un misterio conspirativo se posó sobre nosotros como una sombra. El cineasta Rodrigo Goncalves estudió cine en el Instituto sueco de cine, donde el maestro Ingmar Bergman se paseaba con su boina negra. Rodrigo escuchó rumores sobre actividades oscuras en la embajada de Chile en Estocolmo. La sensible sospecha paranoica, como una bruma fría, propia de cicatrices de exiliados, se extendió rápidamente entre nosotros: el asesinato fue un operativo de asesinos chilenos. ¿Agentes de la dictadura de Pinochet mataron a Olof Palme?

El talentoso escritor sueco Stieg Larsson comenzó su propia investigación, una búsqueda obsesiva en las entrañas de Estocolmo. Nos reunimos con él, compartimos información, intentando dar luz a la oscuridad. Pero el destino, cruel, intervino. Stieg Larsson subió una escalera, sintió un dolor agudo y se desplomó. Su corazón, que había luchado tanto por la verdad, se detuvo. Y con él, toda la investigación.

El tiempo pasó. La mayoría de la vida del exilio es empalagosa, como mirar envejecer a una papa. El tedio lleva a la desmotivación, a la desilusión, a la apatía, incluso a la depresión.

Pero la memoria no se desvaneció.

Hubo luego un gesto artístico. La Escuadra Sueca se convocó en Estocolmo. No era un grupo, sino un pacto, una comunidad de resistencia creativa. Levantar a los caídos y oprimir a los grandes.

 Durante tres días: poetas, escritores, artistas, exiliados que habían transformado el desarraigo, el torpor, en arte: escritores de todo el mundo nos reunimos en Estocolmo, unidos por el arte y el exilio: el artista Juan Castillo y el poeta uruguayo, Roberto Mascaró, los poetas chilenos Sergio Infante, Carlos Geywitz, Juan Cameron, Galvarino Santibáñez, Adrián Santini, Sergio Badilla, los jóvenes artistas ácratas del centro Luna Negra.  Jesús Ortega, Rubén Aguilera. El poeta Gonzalo Millán llegó de Holanda, Tito Valenzuela de Inglaterra, Walter Hoefler de Alemania, Fernando Rodríguez de Noruega, Mariano Maturana de Bélgica. De Chile: Teresa Calderón, Andrés Morales, Carmen Berenguer, Diego Maquieira y Elicura Chihualaf.

Lo pasamos estupendo. Como encontrar agua después de varios días en el desierto.

Luego, el tiempo volvió a pasar como pasa una nube pasajera con luna menguante. El tiempo y la fugacidad.

Oh, cansa ser emigrante.

Volví a Santiago, volví como si buscara algo que perdí, quizá el andar liviano.

Caminé por Santiago y me pregunté a qué edad comienza la vejez.

Me enteré que los antiguos sabios hindúes no contabilizaban la vida en años.

Dejé de pensar en la edad, pero el espíritu de la Escuadra Sueca me siguió cuando ahora, el dinámico Rodrigo Goncalves puso en marcha su nuevo proyecto audiovisual en Valparaíso. La colonia sueco-chilena ha crecido en Chile, y con ella, resuena un eco del pasado.

Sostiene Goncalves que se rumorea, a pesar del tiempo, que en Valparaíso hay gente que sabe cosas certeras sobre la muerte de Olof Palme.

No es paranoia: son nuestras obsesiones, nuestras profundas cicatrices.

El detective Miguel Emebé, un joven sueco-chileno, decidió que era hora de reabrir la herida. Como una reencarnación. Como un karma. “Seguiremos buscando al asesino”.

Pero la verdad tuvo un precio mortal.

A los pocos días, la tragedia lo golpeó. Dooty Lonko-Andersson, su novia y experta en cultura nórdica, fue asesinada en una galería de arte en Valparaíso.

La muerte de Dooty Lonko-Andersson fue solo el principio.

Después, en un bar del puerto, un veterano bizco, un exiliado que había vivido en Estocolmo en 1986, una bala le cruzó la cabeza, saliendo por su ojo bizco. Con su último aliento, le susurró a Miguel una clave escalofriante: “Gorrión Rojo”.

La siguiente víctima fue la sueca Anna Ersdotter, la joven encargada del Instituto Sueco-Chileno. La encontraron muerta en la playa Las Torpederas. En su piel, alguien había tatuado el símbolo rúnico de Loki, el dios del engaño.

En medio de ese torbellino de muerte y desolación, Miguel y Petra Ersdotter, la hermana de Anna,  se unieron en un amorío desesperado. Buscan consuelo en los brazos del otro, una forma muy erótica de lidiar con el dolor de la muerte presente.  Petra sintió que Miguel era el hombre de su vida.

Con encanto ligero la sueca Petra le dijo a Miguel:

“Yo soy Virgo y tú eres Escorpio, signos compatibles”.

Y Petra, como prueba de su amor superior, en medio del desvarío anhelante, tuvo un hijo con Miguel.

Llenos de amor, Miguel y Petra se incorporaron a una red de agitadores digitales, a la caza de una verdad que parecía no querer ser encontrada, en un mundo que les parece cruel.

Su búsqueda llevó a Miguel y Petra al oscuro bar Cuchillo Negro del fosco Barrio Puerto. Era una fachada de un nuevo movimiento de resistencia. En el subterráneo, una moderna red de jóvenes ciber activistas se ocultaba de las sombras que los acechaban. La noche caía sobre Valparaíso, y la Escuadra Sueca, renacida digitalmente en la juventud, se preparaba para una batalla final.

De eso es lo que les he contado en esta historia terrible y dolorosa en una unidad de diez capítulos. Una uña reencarnada. Una cicatriz de una misma herida. (Horacio aconseja no inventar asuntos nuevos.)

Sostiene el cineasta Rodrigo Goncalves que la búsqueda de la verdad triunfará, aunque corramos el riesgo de volver a fracasar. Eso es interesante.

“Porque escribí resistí, porque escribí estoy vivo” (Enrique Lihn).

         FIN  

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