EL RUSO TARKOVSKI Y EL SUECO BERGMAN.  Omar Pérez Santiago.
  
Omar Pérez Santiago, 
(Revista Off the record. Febrero 2021)
Yo tenía 28 años y un atardecer fui a ver Stalker, la película de Tarkovski, en un cine de la ciudad de Malmö, Suecia.
Fíjate que ahora ya pasaron casi 40 años desde aquel atardecer.
Salimos del cine y caminamos al bar. Caminar al bar. Saludar a la gente: hola, hola. Hoy caminar está restringido por la pandemia. Y luego pocos miran por donde van, encorvados en el celular.
La vida era más fácil en la democrática Suecia. Aún para un chileno exiliado como yo. A fines de los 70, en el Chile de Pinochet entré con invitaciones falsas a una fiesta diplomática en la embajada de Venezuela. ¡Quiero huir de este pozo de desdoro!
Ese recuerdo es como un sueño.
Después de ver la película de Tarkovski, caminé al Bullen, mi bar preferido de aquella dorada juventud, (la juventud es siempre dorada).
De eso quería hablarles.
Del zumbido de voces que había en el bar. Un panel. Podría escribir una notable crónica de esa colmena, de opiniones sonoras, divergentes, subjetivas. Era feliz en el bar y parlotear sobre la película que vi, o sobre el libro que leí. Era feliz y liviano como pájaro.
Stalker, rodada en 1979, trata sobre una Visitación extraterrestre que dejó una zona prohibida de basura extraterrestre. Un acosador o acechador se infiltra en la zona en busca de la habitación donde, uh, se cumplirá su más hondo deseo. La película lenta y poética estaba basada en el clásico de la ciencia ficción rusa, la novela Picnic Extraterrestre de 1971, de los hermanos Strugatsky, Arkadi y Boris. En la novela hay numerosos acosadores. En el guión hay un acosador y la trama ocurre en un día. La ciencia ficción fue un punto de partida táctica.
Después de que Tarkovski llegó exiliado a Suecia y vio a Ingmar Bergman en persona por primera vez en el Film Institutet de Estocolmo. Bergman dio una charla a jóvenes sobre Fanny y Alexander, su lujosa obra cumbre sobre un padrastro, un arzobispo sádico.
Bergman consideraba un genio a Tarkovski, “sus películas son como milagros”.
A Tarkovski le provocó una extraña impresión. «Lo encontré egocéntrico, frío, superficial.»
Lo que son las cosas. Uno amable, quizás irónico, el otro, huraño.
Yo había visto al maestro Bergman en un funeral. El año 82, yo aún tenía 28 años. A mediodía paseaba frente a la catedral gótica de Uppsala. Mira, ahí está, Bergman. Filmaba la escena del funeral de Oscar, el padre de los niños Fanny y Alexander.
1985. Tarkovski grabó Sacrificio sobre un enfermo de cáncer que se cura al inmolarse. En la isla Gotland con el equipo de Bergman, la dirección en ruso y una asistente traducida. Se desencantó de Sven Nykvist, el director de fotografía, y escribió con ánimo gruñón: “Es viejo y lento para absorber nuevas ideas”.
Entonces, Tarkovski fue mortal herido de cáncer. Stalker se filmó en 1979 en una zona de sacrificio, en el río Jägala, Estonia, en dos plantas eléctricas abandonadas y una industria química que había contaminado las aguas. Solonitsin, el actor de sus películas, había ya muerto de cáncer.
La edición de Sacrificio la terminó desde la cama. La película se presentó en Cannes en mayo de 1986.
Un mes después, en la planta nuclear sueca Forsmark, detecton radiación en los zapatos de un funcionario. Se descubrió que la fuente de radiación venía en una nube radioactiva desde Chernóbil. Llovió y la radioactividad cayó en Suecia.
Cierren ventanas y puertas –se nos dijo- y coman tabletas de yodo.
Chernóbil fue una zona de exclusión.
Hoy todos los ecosistemas frágiles del mundo están dañados.
A los 54 años, diciembre del 86, Tarkovski murió de cáncer. Una muerte sin pathos, con la paz de los caballos que pastan en silencio después de la lluvia.
Es un deber mío recordar que todo era entonces muy humano. No obstante, fragmentado como un espejo roto. Cuando yo tenía 28 años, hace casi 40 años, y un atardecer fui a ver Stalker.